Era mes de
mayo y la tarde caía sobre los campos. En casa de los Bulf no corrían buenos
tiempos. En invierno las condiciones no habían sido favorables para las cosechas.
Había llovido poco y había venido una plaga de bichos que se
habían comido la mitad de las plantaciones que tenía la familia como negocio. Solo
les quedaba el pequeño huerto familiar en el cual no confiaban mucho porque
para él las condiciones habían sido las mismas. Tenían algunas gallinas y pollo, pero esto no era suficiente. Si no salía adelante la cosecha no tendrían nada y si el huerto no revivía tendrían que marcharse a la cuidad en busca de una vida mejor, no habría más remedio que abandonar su vida. Si no se puede comer se tiene que buscar alguna otra salida.
En la familia eran 8 personas y había otra en camino. Eran el matrimonio de los Bulf, Perdro y María (una pareja mayor,
alrededor de los 80 años), el hijo pequeño del matrimonio, José, su esposa Clara,
embarazada de 8 meses, y sus 3 hijos y finalmente Manuel, el hermano del señor Bulf,
un hombre soltero de unos 70 años, un poco malhumorado pero que sabía muchas cosas sobre la
vida.
De los dos
hijos del matrimonio Bulf, el mayor había ido a la ciudad a trabajar de
escritor en un periódico y cuando podía les hacía una visita, mientras tanto,
para no perder el contacto, les escribía cartas. Estas cartas solo las sabía
leer Clara la mujer del hijo pequeño, que también era la encargada de
retornarlas.
La casa era
una cabaña rodeada de montañas y prados, grande, pero sin muchos cuidados. La familia
vivía únicamente del campo y por eso dedicaba todo su tiempo a mantenerlo
perfecto, para poder hacer una buena cosecha y poder tener un plato en la mesa.
Ese año la familia
Bulf estaba muy apurada. Tenían 8 bocas que alimentar, otra en camino y lo único que podían hacer era intentar que no murieran las pocas plantas que les
quedaban sin ser comidas y machacadas por los bichos.
Una tarde de
sábado, la casa se vio agitada por un giro inesperado. Clara se había puesto de
parto. Su marido estaba en el campo, y tuvo que correr para llegar a la cabaña
a tiempo. Mientras tanto dejó a su tío a cargo del huerto.
Por la noche,
no quedaba ya casi pan en la mesa, tuvieron que repartirlo en trozos muy
pequeños, y solo quedaba sopa aguada, sin substancia.
Clara acababa
de traer al mundo a una hermosa niña, la cuarta. La mayor se llamaba Sofía, el
segundo Pedro y el tercero Juan. A la hora de cenar, llegó a casa el tío Manuel
con una buena noticia, con una sorpresa. Esa misma tarde, al marchar el sobrino a
casa, él se había quedado quitando malas hierbas, pero en un rinconcito del
huerto había encontrado por sorpresa suya unas cuantas zanahorias. Regó la zona y cogió las que ya estaban crecidas. En esas zanahorias vio la
posible recuperación de su huerto y de su familia. Si había salido una verdura, tal vez podrían salir más. Cuando se las enseñó todos
se emocionaron, esa noche podrían cenar y tal vez también comer el día
siguiente, pero lo más importante era que si conseguían que no murieran podrían
tener muchas más. La pequeña niña, se llamó Zanahoria, en honor a esa verdura
tan querida por ellos.
MARTA OLIVA
ALBERT