05 diciembre 2011

UN QUIJOTE ACTUAL: DON MARTÍN DE PALLARS

En esto que Cambón y Martín entraron triunfalmente en descapotable y en motocicleta respectivamente por las calles de aquella magna ciudad.
Martín avistó un edificio muy alto que le hizo detener el auto de repente, haciendo que los demás coches empezaran a hacer sonar el claxon intensamente. Cambón, haciendo un golpe de manillar con su motocicleta, frenó preguntándole a su amigo:
-¿Pero que hace usted mi merced? ¡No haga estas locuras! No puede usted parar el tráfico a sus anchas que no estamos en mi poblado.
-¡Cambón! Se acercan, ¿No los oyes? ¡Quieren hacerse con mi tesoro! ¡Mira aquel con traje gris y maletín! ¡Quiere entrar y apoderarse de mi dinero! ¡No lo permitiré bajo ninguna circunstancia!- se fue corriendo.
-¿Pero qué hace usted? Ese edificio solo es un banco y aquel pobre hombre es un padre de familia que solo va a sacar su propio dinero.
El auto de Martín seguía aparcado en medio de la calle. Los cláxones seguían sonando sin cesar. Cambón al ver que su amo no respondía tuvo que abandonar su motocicleta y disponerse a impedir que Martín cometiera una locura con aquel pobre hombre.
-¡Usted! ¡Traidor, hijo del diablo! No ponga ni un solo pie en esta cueva donde está mi fortuna. A no ser así voy a tener que impedirlo con mi propia sangre.
Martín sacó su tarjeta de crédito que tantos sustos y alegrías le daba, dispuesto a cortarle la mano en caso de que se acercara a su tesoro. Aquella tarjeta que Martín poseía era tal que podía compararse con Tizona o Colada, las espadas que el gran Mío Cid empuñaba en sus batallas contra la morisma.
-Mi apreciado amo, no seáis así. Entrad en razón. ¿No veis que estáis desvariando? Pensad en vuestra amada Eferna.
-Mi amada es esta cueva que es poseedora de todas mis riquezas. Tales son ellas que ni Wall Street las podría poseer jamás en su historia.
- ¡No diga tontunas apreciado Martín!-girándose hacia el señor que se disponía a entrar al banco- Perdónele usted, buen hombre, no está en su mejor estado.
En ese instante, el ruido de los cláxones sin haber cesado ni un instante arreció agudamente, cosa que hizo acentuar aún más la locura de Don Martín de Pallars. En una ola de ira, volvió a sacar ferozmente su tan apreciada arma y se dispuso a clavarla en el cuello del buen señor, el cual, en verse amenazado por tal ataque contra su persona, metióle tal golpe que dejó a nuestro protagonista sin aliento alguno. Cambón, viendo la situación en que se encontraba su amo, dijo:
-Váyase usted y no agreda más a mi amo. ¿No ve usted que no está en sus cabales?
-¡Estáis locos! ¡Iros a la mierda!
Despertose el gran Martín sin haber olvidado lo sucedido, y sintiéndose humillado de tal forma dijo:
- Mira cobarde, como huye ¡Por mi santa madre bolsa, que no se me escapará!
Martín se dispuso a perseguir aquel hombre que para él era el ladrón de su dinero, pero su trayectoria se vio alterada por el ruido del cajero automático de la oficina del banco. Un intruso había entrado en la supuesta cueva de Don Martín, mientras él estaba indefenso por el golpe que había recibido.
-¿Quién se atreve a tocar mi dinero? ¡Devuélvemelo hijo de las cortes franciscanas, las cuales se disputaron mis riquezas en aquella batalla campal que protagonizó mi familia en las altitudes de los Pirineos pallareses!
-¡Por dios cállese amo! ¡No vuelva a montar otro circo como el de antes!
-Mi fortuna sale sin cesar, ¿ no lo ves mi amigo y buen compañero Cambón? Esta máquina está desperdiciando todo mi dinero por el suelo. ¡Es el fin! Es lo último que estos mis ojos podían ver.
-Vámonos mi señor otra vez hacia el pueblo. Ya ha sido humillado antes, no lo intente otra vez mi merced. Veo que Eferna hoy se ha olvidado de darle sus pastillas.
-¿Qué dice usted?
-Nada Don Martín, vayámonos.

HELENA HUGUET, MARTA OLIVA Y CLÀUDIA BOCHACA

No hay comentarios: