05 mayo 2012

EN TAN SOLO UNOS INSTANTES


Estaba tumbada en una cama. Era una cama con ruedas y a medida que se movía la señora Loria veía pasar las luces de un pasillo muy largo encima de su cabeza.
Lo veía todo borroso, no conseguía abrir los ojos. Se quería levantar, pero no podía, la cama iba demasiado deprisa. De repente se paró. Se paró en una sala muy amplia pintada toda de blanco. La señora oía ruido. Unas persona, desconocidas para ella, estaban delante suyo diciéndole alguna cosa y hablando entre ellas, pero ella no lograba entender lo que decían. Las personas dejaron de hablar para girarse, de pronto, hacía ella, y fue entonces cuando notó un pinchazo frío en el brazo. Las caras de las personas, tapadas por máscaras, parecían mirarla esperando una respuesta, pero ella no entendía nada. ¿Qué hacía allí? ¿Qué le estaba pasando? ¿Quién eran esas personas?
Nadie le contestó, y sus ojos se cerraron despacito ante la mirada de los médicos.
Una tarde de mayo, estaba andando por la calle. Paró a comprar dos cafés para llevar y se dirigió a la esquina del parque. Esperaba a su hija, Ana, que terminaba entonces de trabajar. Trabajaba en el banco, al lado del Parque Luna. Ana salió hablando con uno de sus compañeros, se despidió de él con una sonrisa:
-          No te preocupes Juan, todo se arreglará.
Saludó a su madre con mucho cariño y se sentaron en un banco para tomar el café. De pronto oyeron un ruido, parecido a un disparo. No sabían que pasaba. La gente que paseaba por el parque también lo había oído y empezó a correr y a gritar. Sí, había sido un disparo. Los minutos siguientes fueron tiempo de agonía y de inseguridad. La gente corría, lloraba, tenían miedo. La señora Loria miró a su hija y sintió miedo. Los ojos de Ana estaban asustados, estaba temblando. Parecía que el disparo había sido para ella, se quedó helada, inmóvil, con los ojos a punto de estallar. Pero se levantó y empezó a correr hacía el lugar del tiro. La señora Loria, muerta de miedo la siguió, tomando precauciones. No sabía que podía pasar, y no paraba de gritarle a su hija que parara. Pero Ana seguía corriendo, hasta que llegaron al lugar y allí paró de golpe. Un hombre armado y encapuchado estaba apuntando a otro hombre que estaba tendido en el suelo. Otras dos personas estaban detrás del hombre tumbado, retenidas por el enmascarado. Ana se precipitó hacia el hombre del suelo sin pensar en nada. Y entonces se oyó otro tiro. En ese momento la señora Loria sintió morirse en su interior. Una fuerza superior a ella hizo que gritara con tal fuerza que el enmascarado tirador se giró hacía ella y la amenazó con el arma.  Corrió hacía su hija y el mundo se paró para ella. Sus ojos se centraron en Ana. Cayó a su lado, Ana estaba abrazada al hombre del suelo, y la cogió fuerte por los hombros, estaba bien. Estaba llorando desconsoladamente pero estaba bien. Su alrededor ya no estaba, su hija estaba viva. Por un momento clavó su mirada en el hombre tendido en el suelo. La señora Loria no tuvo tiempo de pensar lo que estaba pasando realmente porque sintió un dolor en la espalda y cayó en el suelo perdiendo la consciencia.
Cayó en un sueño tan profundo que al despertar, no podía ver bien, ni entendía nada de lo que pasaba a su alrededor. Se despertó, sin poder abrir bien los ojos, tumbada en una cama mirando como pasaban rápido las luces de un largo pasillo. Pero sus ojos volvieron a cerrarse cuando llegó a una sala blanca con gente desconocida que la miraba fijamente.
Y más tarde volvió a despertar. Abrió los ojos y no estaba en la sala blanca. Estaba en otro lugar, era una habitación con ventana, pintada de color amarillo claro.  Pero era diferente, esta vez consiguió abrir los ojos. Veía con claridad los rincones de toda la habitación. Y vio a su lado a una chica joven, guapa, que la miraba con ojos llorosos de alegría. Era su Ana. En ese momento recordó todo lo ocurrido y le dijo:
-          Hija, por un momento sentí que te perdía, que nunca más volvería a verte y entonces pensé en cómo la vida puede cambiar en tan solo unos instantes.


MARTA OLIVA ALBERT

1 comentario:

Teresa dijo...

¡Muy bien, Marta! Esto de redactar cada día se te da mejor.