25 mayo 2012

LA ZANAHORIA



Es un día lluvioso de noviembre, de esos que deseas estar relajada en casa, descansando y tomando un te mientras miras una película en el televisor. Por desgracia, Anna no puede hacerlo. Tiene en su interior una sensación de tristeza, desamparo y desolación. Sabe perfectamente que no es una persona feliz y mucho menos afortunada, ya que la vida parece que en todo momento le da golpes y más golpes que la agotan y desgastan.
Anna tiene diecisiete años y sufre bullying en su instituto. Todos los chicos y chicas de su edad, incluso los menores y los mayores, la conocen como la “zanahoria”. Sin duda alguna, por el color de su pelo: es pelirroja.

Pero hoy, la situación de Anna ha sobrepasado el límite. Sus compañeros la han agredido al salir de clase. Una vez en su casa, tras haber huído corriendo de esos niños crueles, Anna se mira al espejo mientras se limpia con agua y  algodón la sangre seca que tiene debajo del labio. Su herida no le causa dolor físico, sino un terrible pesar en su corazón. Sabe que su situación no puede ni debe continuar de esa manera. Ha llegado al punto en el que no le importa lo que puedan pensar sus compañeros de su pelo. Ella solamente quiere vivir en paz, y esto es algo que le parece desgraciadamente imposible.
Lo último que se pierde es la esperanza, y Anna ya ha superado ese tope. Despacio y silenciosamente, coge un trozo de papel y un lápiz de su estuche. Sin encender la lámpara, valiéndose únicamente de la luz tenue que se cuela entre los agujeros de la persiana, Anna escribe el que será su último adiós, agradeciendo a sus padres y hermana todos sus esfuerzos que han hecho por ella.
Deja el trozo de papel doblado encima de la cama de su madre y sin ponerse el abrigo, sale por la puerta de la cocina, que comunica con el jardín y este, a su vez, con un frondoso bosque. Anna conoce bien el camino que lleva al mirador. Para ella es un lugar de calma que visita siempre en sus peores días.

Desde el mirador, Anna se pone de pie encima de la barandilla que la separa del precipicio. Siente el viento y las gotas de lluvia en su cara. El anhelo de volar y sentirse como un pájaro es hoy más fuerte que nunca, irreprimible. Cerrando los ojos con fuerza, se arma de valor y se deja caer en su deseado sueño.

1 comentario:

Teresa dijo...

¡Qué suavidad y qué belleza para un tema tan duro!. En algunos momentos parece lírica.