19 mayo 2013

Trabajo vocacional

De pequeños todos nos imaginamos nuestro futuro, un día a día dedicado a aquello que nos apasiona y nos agrada. Imaginamos una familia, un hogar y hasta un animal de compañía; también soñamos con nuestro trabajo. Durante la infancia todo nos está permitido y, ciertamente, es en esa época de nuestra vida donde creamos nuestros verdaderos sueños. 

Sin embargo, e inevitablemente para todo ser viviente, crecemos y nuestra mente empapada de sueños e ilusiones deja paso a miles de preocupaciones y dificultades: a la cruda realidad. 

Debido a esto, muchos de nosotros tendemos a dejar en un rinconcito de nuestra memoria y nuestro corazón aquello que un día nos motivó a seguir adelante, aquello por lo que nos gustaría haber luchado. Muchos olvidan que la vida la viven ellos mismos para cumplir la voluntad de sus padres; otros se decantan hacia lo que, a la larga, ayudará a sus bolsillos; a algunos incluso la vagancia les gana la partida; la mayoría optan por lamentarse con un "¿Y si...?" el resto de sus vidas. 

Pero... ¿Qué ocurre? Que la vida son dos días y uno de ellos llueve. No nos podemos permitir el lujo de vivirla en vano. 

Como aquel que salta a la fama y no debe olvidar quién es ni de dónde viene, todos debemos tener presente aquello por lo que nos levantaríamos cada mañana con una sonrisa, porque eso, al fin de cuentas, es lo que nos hará seguir viviendo la vida con ganas y energía. 

Alrededor de la edad de los dieciséis ya se nos comienza a pedir que encaminemos nuestros estudios hacia un ámbito u otro, incluso ya se nos permite introducirnos en el mundo laboral. A esa edad, pues, ya estamos, de alguna manera, labrando nuestro futuro. 

En muchas ocasiones, los jóvenes se decantan por aquello que se les da mejor y con lo que obtienen mejores resultados; buen método a seguir si lo que buscamos es el éxito con el mayor beneficio. No obstante, alguien una vez me dijo que no debía decantarme por aquello que realizaba con más éxito, sino por lo que más despertaba mi interés y curiosidad; de esta manera, conseguiría mantener mi mente siempre despierta y jamás caería en la rutina. 

Hoy en día, y aún sin haber encaminado del todo mi futuro, me atrevo a decir que no me arrepiento para nada de haber seguido ese sabio consejo; es más, podría decir que hubiera cometido un gravísimo error de lo contrario. 

En definitiva, solamente decir que vida sólo hay una y debemos esforzarnos por vivirla tal y como la soñamos tiempo ha. 


Marta Gallego

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